Nos pasamos la vida planeando futuros hipotéticos e imaginando cómo nos veremos en 10, 20, 30 años… Y la realidad es que lo único que tenemos es aquí y ahora.
Siempre que me han preguntado cómo me veo en unos años mi respuesta es, siendo feliz, luchando por las cosas que quiero. Pero no sé dónde viviré, si tendré hijos o no… No tengo nada de eso claro.
Y es que quizá mañana te despiertas y de un plumazo todo es diferente. No sabemos qué día todo cambiará. Creo que todos nos acostumbramos rápido a lo bueno tendiendo a olvidar. Los que hoy están arriba puede que mañana estén abajo y al revés. Por eso, vivamos el día a día. Siempre. Luchemos por lo que queremos, pero sin olvidar de dónde venimos.
Hace unos meses planeaba un viaje con una de mis mejores amigas, ya teníamos todo organizado. Pero poco antes, llegó el Coronavirus. Que por mucho que nos hubiesen advertido, creíamos que no nos pasaría. Esa manía que tenemos de creer que nunca nos pasará nada.
Me escribió por Ig una chica de Irán advirtiéndome de que si había llegado el Coronavirus a mi ciudad, tuviese mucho cuidado. Sería febrero. Se lo agradecí infinitamente, pero volví a caer en esa creencia irracional de que lo que pasa lejos no tiene por qué afectarnos. Ahora mismo, que tenemos todos los medios y toda la tecnología a nuestro alcance para no ser consumidores pasivos de información, no lo vimos venir.
Y aquí estamos, a mediados de abril, confinados en nuestras casas y agradeciendo diariamente a las 20:00h a todos los sanitarios y demás personal, que están ahí por nosotros, arriesgando su salud por acabar con el enemigo lo antes posible.
Hace tiempo leí “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. Tengo pendiente “La Peste” de Albert Camus, que he visto que la gente lo relacionaba también con lo que está pasando ahora. Os hablaré del primero, de esa ficción que no nos aleja tanto de la realidad que estamos viviendo y cómo situaciones extremas pueden sacar lo mejor o lo peor de cada uno. ¿Pero sacan eso o sacan cómo somos realmente? En otro libro que leí hace tiempo, “El Ruiseñor” de Kristin Hannah, decía que en el amor descubrimos quiénes queremos ser y en la guerra, quiénes somos realmente. Creo más en lo segundo, que esto muestra cómo somos realmente. El que es bueno, lo demuestra porque puede ayudar de verdad. Pero ante la ansiedad que puede provocar esta situación, hay quien demuestra la clase de persona que es, que prefiere la economía arriesgando la salud de nuestros ancianos; o que dice a sus vecinos o compañeros de piso, que están ahí trabajando por nosotros, que se larguen de sus casas; o que simplemente no ve la solidaridad de los demás y solo piensa en sí mismo… A esa gente, cuando todo vaya bien y dé lecciones de moralidad, todos sabemos lo bien que se nos da ser jueces a través de las redes sociales y decir qué está bien y cómo deben actuar los demás. Yo a esa gente no la quiero cerca.
El otro día me preguntaban cosas positivas del coronavirus. Me parece un insulto que yo pueda hablar de algo positivo a alguien que está realmente mal. Decirle a un padre o madre de familia que ha perdido el empleo que el planeta está mejor. Decirle a una persona que ha perdido a sus familiares por Coronavirus que somos más humanos (algunos). Decirle a un sanitario que está agotado de ver cómo mueren personas cada día que hay delfines en Venecia. Decirle a esa persona enferma que gracias a esto muchas empresas verán que el teletrabajo es posible. Es cierto que en este mar de nubes negras, los que nos encontramos en nuestra casa con nuestros familiares bien y llegando a fin de mes, podemos ver cosas positivas. Pero a nivel personal. Nada más.
Esta cuarentena me está haciendo reflexionar. Y por eso he acabado aquí, actualizando el blog y compartiendo mis pensamientos con vosotros.
Nos veremos estos días por aquí.
Cuidaos mucho por favor y quedaos en casa.